Apenas abre los labios para hablar. Habla despacio, pausado, tanto por la imposibilidad real como por su profundo origen campesino. Hace 33 días está de huelga de hambre. Ha perdido varios kilos más de los que ya perdiera durante los cuatro meses que se alimentaba a través de sondas. Durante la masacre del 15 de junio le reventaron la mandíbula con balas de Galil, fusil ametralladora.
En la Esperanza, al lado de Tacumbú, recibe a la delegación de artistas y escritores con una camisa celeste, una zapatilla de goma negra y un pantalón negro. Sus cachetes han engordado luego de las dos operaciones que le practicaron transformando su antigua textura de mandíbulas ahuecadas. De tanto en tanto se cruza las piernas como su padre, Mariano, que durante la masacre perdió a su hijo Adolfo Castro, ejecutado por la policía luego de la estampida inicial en la que también cayeron sin amparo seis uniformados, y a otro hijo, Adalberto, se lo dejó en los sojales con el cuerpo ultrajado de golpes de culatas de fusil y puntapies. El cantautor Alberto Rodas le dice: “se te nota en el rostro que tenés la conciencia en paz” y le dedica Ñañemity, de José Asunción Flores. “Ñañemity, ta hory ñande kera yvoty”. Mejor tema no pudo haber escogido Alberto, que ha recuperado buena parte de su tremenda voz. Y luego le dedica dónde están, de su creación. Néstor se siente conmovido, serenamente conmovido. Sus visitantes han formado una ronda en torno suyo, sentados en el piso, para verlo mejor, para sentirlo, para sentirse tal ve parte de esa trágica historia que no solo destituyera al presidente Fernando Lugo sino que nos pusiera en el mismo tren de la impunidad aparentemente inapelable donde ensayamos vanas justificaciones para no salir a inmolarse. El poeta Ricardo de la Vega desenfunda un texto y se lo deja como recuerdo. El pintor Bernard Hermosa le muestra un cuadro gigante dedicado a la masacre: un territorio ensangrentado que cruza el mapa de Paraguay, arriba un helicóptero de la Policía Nacional. Y Mario Casarteli cierra esa especia de serenata con “algo tenemos que hacer”, un tema que se juega a buen ritmo, popular, y buena métrica. Néstor atiende este gesto, esa mirada es serena y profunda. Que lo expresen sus palabras finales, en mensaje cifrado para su familia y para nosotros: “Ani peje pyhapy cheree. Ani ñane kaneo. Ña entendema la oikovaekue. La lucha por la tierra es causa nacional. Roseta firme koaga ha upei”.
Luego de la visita a Néstor Castro, la delegación se traslada a la Cárcel de Tacumbú, donde esperaba Rubén Villalba, con 36 días de huelga de hambre. “Mejor morir que vivir arrodillado”, nos dice de entrada, como marcando el territorio de disputa y el vínculo que organiza en su alrededor. Una sala pequeña alberga a la nutrida delegación que llegaba para conversar con uno de los líderes de la ocupación masacrada aquel 15 de junio, hombre que resistió en su vida a 16 desalojos y encabezó, un poco antes de Marina Kue, la resistencia de una comunidad de Yasy Cañy, Pindo, al avance de los granos transgénicos. “Está bastante débil, con mareos, la presión muy alta y está deshidratado”, interviene la enfermera zully Urbieta. Pero Rubén parece no querer hablar mucho de su estado, sino de los problemas sociales que, dice, no se solucionarán con “un partido, con un hombre, sino con el patriotismo”, para luego pasar a narrar cómo familias enteras campesinas son desterradas por el avance del agronegocio con capitales provenientes principalmente de Brasil. “Koape pee napeikuai la ore padecimiento. Amo la campesino ojetratavaive animal gui. Vaka oje trasladahagua oje japo tape pora”. Así, la delegación de 20 personas de distintas ramas de la creación, terminaba una visita que, a decir, de muchos, fue sobrecogedora, y muy difícil de narrar en un pobre crónica. La actividad fue articulada por el grupo Golpe a Golpe, Verso a Verso, que se creara como movimiento de resistencia cultural al golpe institucional y corporativo establecido sobre la masacre de Curuguaty.
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