Apenas abre los labios para hablar. Habla despacio, pausado, tanto por la imposibilidad real como por su profundo origen campesino. Hace 33 días está de huelga de hambre. Ha perdido varios kilos más de los que ya perdiera durante los cuatro meses que se alimentaba a través de sondas. Durante la masacre del 15 de junio le reventaron la mandíbula con balas de Galil, fusil ametralladora.

Luego de la visita a Néstor Castro, la delegación se traslada a la Cárcel de Tacumbú, donde esperaba Rubén Villalba, con 36 días de huelga de hambre. “Mejor morir que vivir arrodillado”, nos dice de entrada, como marcando el territorio de disputa y el vínculo que organiza en su alrededor. Una sala pequeña alberga a la nutrida delegación que llegaba para conversar con uno de los líderes de la ocupación masacrada aquel 15 de junio, hombre que resistió en su vida a 16 desalojos y encabezó, un poco antes de Marina Kue, la resistencia de una comunidad de Yasy Cañy, Pindo, al avance de los granos transgénicos. “Está bastante débil, con mareos, la presión muy alta y está deshidratado”, interviene la enfermera zully Urbieta. Pero Rubén parece no querer hablar mucho de su estado, sino de los problemas sociales que, dice, no se solucionarán con “un partido, con un hombre, sino con el patriotismo”, para luego pasar a narrar cómo familias enteras campesinas son desterradas por el avance del agronegocio con capitales provenientes principalmente de Brasil. “Koape pee napeikuai la ore padecimiento. Amo la campesino ojetratavaive animal gui. Vaka oje trasladahagua oje japo tape pora”. Así, la delegación de 20 personas de distintas ramas de la creación, terminaba una visita que, a decir, de muchos, fue sobrecogedora, y muy difícil de narrar en un pobre crónica. La actividad fue articulada por el grupo Golpe a Golpe, Verso a Verso, que se creara como movimiento de resistencia cultural al golpe institucional y corporativo establecido sobre la masacre de Curuguaty.
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