MI CAUSA ES LA CAUSA JUSTA

martes, 2 de abril de 2013


 Sebastián Piñera, el Netanyahu de Sudamérica

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JAVIER CLAURE – La guerra diplomática entre Bolivia y Chile, que empezó hace más de un siglo, se intensificó durante los últimos años. Bolivia, a causa de la inercia chilena, acude a foros internacionales para su reivindicación marítima, mientras que Chile sigue estancado en una posición perteneciente al siglo XVIII.
Para entender la mentalidad de la mayoría del pueblo chileno, es necesario mencionar el libro “Mi país inventado” de Isabel Allende. En las primeras páginas, la escritora chilena, nacida en Lima, escribe: “En mi memoria Antofagasta, que en lengua quechua quiere decir “pueblo del salar grande”, no es la ciudad moderna de hoy. Antofagasta surgió en el siglo XIX como un espejismo en el desierto, gracias a la industria del salitre, que fue uno de los principales productos de exportación del país durante décadas”. Allende no explica el surgimiento de Antofagasta, como parte de Chile, con estrictos argumentos históricos. Se olvidó, completamente, que Antofagasta se anexó al territorio chileno con una brutal ocupación militar, con ayuda inglesa y con tremenda injusticia.
Más adelante advierte: “En 1888 nos adjudicamos la misteriosa Isla de Pascua. Está perdida en la inmensidad del océano Pacífico, a dos mil quinientas millas de distancia del Chile continental, más o menos a seis horas en avión desde Valparaíso o Tahití. No estoy segura de por qué nos pertenece. En esos tiempos bastaba que un capitán de barco plantara una bandera para apoderarse legalmente de una tajada del planeta, aunque sus habitantes, en este caso de apacible raza polinésica, no estuvieran de acuerdo”. Y cuando habla de la bebida nacional chilena, “el pisco sour”, comenta: “El nombre de este licor se lo usurpamos sin contemplaciones a la ciudad de Pisco, en Perú”.
Durante la historia de la humanidad, se han dado usurpaciones de toda índole. En el siglo XVIII algunos países europeos, basados en su poderío bélico, usurparon territorios en el continente africano, y a los ciudadanos los sometían al yugo de la esclavitud. Inglaterra usurpó las Islas Malvinas. Estados Unidos, con burdos acuerdos hechos a punta de fuerza, usurpó el Canal de Panamá y Guantánamo. Israel usurpó tierras palestinas. Y Chile usurpó territorios ricos en materias primas a Bolivia y a Perú. Estados Unidos devolvió el famoso Canal a Panamá después de 85 años. Los europeos han dejado de ser piratas, y ya no se apoderan de territorios ajenos.
La República de Chile, país vasallo de Inglaterra, tenía grandes intereses en zonas de Bolivia y Perú mucho antes que estallará la Guerra del Pacífico. Entre 1860 y 1870, el país mapocho recibió préstamos de Londres por valor de 1000 millones de libras esterlinas. La doctrina maquiavélica y criminal de Diego Portales, que fue ministro del interior de Chile en la década de 1830, se puso en marcha para lograr, como él decía, “el poderío marítimo” (Sea power). Para Portales no existía el respeto, los principios de hermandad, de solidaridad etc. Estaba sujeto a la fuerza bruta y fue un enemigo acérrimo de la Confederación Perú-Boliviana. Por su falta de honestidad a los principios de justicia, se lo puede catalogar como violador de los valores éticos y morales.
Decía por ejemplo: “un presidente debería violar la ley si era por el bien del país”. Y es precisamente eso lo que ha hecho Chile al apoderarse de territorios ajenos. El ejército chileno, con la ayuda de la Armada británica, merodeaba las costas de Bolivia y Perú. Finalmente, estalló la guerra el 14 de febrero de 1879. El británico John Thomas North, apodado “El rey del Salitre” (1842-1896) colaboró con el ejército chileno en la ocupación de Iquique y Antofagasta. A partir de esas usurpaciones, Chile se convirtió en el país causante de grandes heridas que aún, después de 134 años, no han cicatrizado. Bolivia, por su parte, ha hecho todo lo posible para llegar a un acuerdo mutuo con Chile, y así obtener un corredor soberano hacia el océano Pacífico, de manera que los dos países se beneficien. Desgraciadamente, Chile se ha aferrado al morboso y mal hecho Tratado de Paz y Amistad de 1904.
Los gobernantes chilenos se han aferrado a conceptos que van totalmente en contra de una integración regional. En cada frase altisonante pronunciada por las autoridades chilenas, se oculta su ejército sediento de sangre, de botín y de territorios ricos en materias primas. El gobierno chileno, sus militares y la mayoría de su población se han olvidado que los tiempos de corsarios quedaron atrás. Por eso actúan con esa soberbia que les sale desde los tuétanos. Sebastián Piñera, el Netanyahu de América Latina, es la fiel encarnación de los presidentes de turno que pasaron por La Moneda con diferentes ropajes, sin contar a Salvador Allende. Piñera no oculta, para nada, su odio contra Bolivia. Hay que verlo cuando se refiere al tema marítimo. Habla con furia, con gestos de Pinochet, con los ojos desorbitados, con el puño en alto, se le traba la lengua y da la impresión que, en momentos determinados, llega atorarse con su propia saliva. Chile amenaza permanentemente con guerra a Bolivia. Y el gobierno de Evo Morales ha dado grandes lecciones, a la administración de Piñera, en cuando a pacifismo y hermandad se refiere.
He utilizado el término “mayoría de su población” porque según una encuesta hecha por la Empresa Ipsos Chile, el 80 % de los chilenos está de acuerdo con no ceder territorio a Bolivia. Además, Iván Moreira Barros, miembro de la comisión pro Pinochet Unión Demócrata Independiente declaro: “En Chile, la política exterior es política de Estado, y cuando se trata de defender nuestra soberanía; hay una sola voz y estamos todos unidos tras el presidente de Chile”. Y continúa: “Cuando se trata del litigio centenario con Bolivia por las costas del Pacífico, en Chile no hay izquierda ni derecha”. Otra encuesta hecha por el periódico “La Tercera”, señala que un alto porcentaje de los chilenos piensan de la siguiente manera: “Puedo odiar a mi presidente, pero más odio la idea de entregar territorio a Bolivia”. Declaraciones alarmantes en un país donde se jactan de su democracia y, poco menos, de pertenecer al Primer Mundo (!!). En el 20 % restante, están intelectuales, artistas, poetas, escritores, periodistas y otras personas concienzudas que abogan por una salida al mar para Bolivia.
En realidad, Chile da la espalda a América Latina (palabras de Isabel Allende). Y como efecto, Bolivia traza nuevas estrategias para no caer en la trampa del enemigo. El duro cruce de palabras entre Morales y Piñera, durante la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en Santiago de Chile, demuestra que Chile y Bolivia tienen temas pendientes con respecto al océano Pacífico. A Piñera y su gobierno no les gustó el discurso de Evo Morales en ese foro internacional. Por eso se vengaron cobardemente con los tres soldados inocentes que, por equivocación en la frontera, cruzaron hacia territorio chileno.
Por otra parte, Chile, como siempre, quiere ver enfrentados a Bolivia y Perú. Pero no es Perú que ha usurpado territorios a Bolivia. La enunciación del señor Piñera: “si Chile pierde en la Corte de La Haya, Bolivia no tendrá posibilidad de salida al mar”, muestra que su país sigue empantanado en la lógica de Portales, y no le interesa una verdadera integración continental.
Bolivia, como en el pasado, tiene un gran peso geopolítico como país distribuidor de energía. Sus hidrocarburos y otras riquezas naturales son poderosas cartas para jugar en un mundo más desarrollado en donde prevalece el avance de la humanidad. Chile grita a voz en cuello por tener el gas boliviano en sus industrias, pero al mismo tiempo ha revelado, desde hace muchas décadas, salvajismo y agresividad contra Bolivia. Con todas estas actitudes en una balanza, Chile no solamente es un mal vecino, sino también una espina incrustada en el continente latinoamericano.
Bolivia jamás ha reclamado a Chile el total de su territorio arrebatado (400 km lineales de costa y 120000 km2 de territorio). Jamás ha reclamado la mina Chuquicamata, el cobre, el oro, la plata, el zinc, el litio y otros minerales que se encuentran en territorio que pertenecía a Bolivia. Lo único que reclama es una salida hacia al océano Pacífico, pero “con soberanía” , para exportar sus riquezas naturales. Bolivia nació como república con su Litoral, y recuperar un corredor soberano hacia las costas del Pacífico es, sin ningún género de dudas, el deber de todo el pueblo boliviano.
El tema del mar en Chile no es de un gobierno pasajero, sino más bien es un asunto de Estado. Ni siquiera Salvador Allende, que tuvo las más nobles aspiraciones, pudo lograr un acuerdo a favor de Bolivia. Es decir, mientras el Estado chileno, junto a su ejército, sigan con filosofías guerreras y expansionistas; jamás se logrará una plena integración en ese rincón del mundo. Un sondeo hecho por la Universidad del Desarrollo de Chile (UDC) evidencia que el 44% de los chilenos y un sector amplio de las FF.AA, demandaron al gobierno de Piñera a no acatar el fallo de La Haya, si es favorable al Perú.
Es conocido que Chile destina gran porcentaje de la venta del cobre a la compra y fabricación de armas. Y ha utilizado ese poderío para actuar con mucha altanería y prepotencia. En resumidas cuentas: Chile es el Israel de América Latina que, en cualquier instante, puede desatar una guerra. Isabel Allende, no se equivocó con el título de su libro. Chile con los territorios usurpados a Bolivia, a Perú y con la bandera que plantó en la Isla de Pascuas, es un país que, en gran medida, fue inventado por sus gobernantes.

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