La orden de abrir fuego está a punto de darse. El Jefe de la Unidad de Escolta del Presidente Kennedy, Emory Roberts, que viaja en el coche que va detrás de la Limusina Presidencial, ha recibido ya la señal, y ordena al guardaespaldas principal, el agente Henry J. Rybka, que se retire de las inmediaciones del vehículo del Presidente.
El guardaespaldas queda asombrado y perplejo y levanta sus brazos en gesto de protesta por no entender la extraña situación, mostrando su desaprobación.
La comitiva presidencial está llegando al punto en donde unos agentes secretos van a empezar efectuar los disparos que han sido planeados por las mentes siniestras que han tramado “La Gran Conspiración”.
Lo cual quiere decir que las personas que han organizado el magnicidio tienen autoridad y mando sobre los servicios secretos y de escolta del Presidente Kennedy. La orden parte de la máxima dirección del Servicio Secreto.
El hecho de que el guardaespaldas más cercano al Presidente haga muestras de asombro y rechazo al recibir la orden de que se aleje, quiere decir que los agentes escoltas de a pié no sabían nada acerca de la Conspiración que estaba en marcha; solamente los altos mandos de las agencias secretas de la seguridad habían sido informados del complot que estaba en marcha.
A continuación el Jefe del vehículo de la escolta presidencial, Emory Roberts, ordena que el conductor aminore la marcha y que todos los agentes permanezcan bien sentados, para no ser blanco accidental de la refriega de disparos que se avecinan.
Curiosamente, también el conductor de la Limusina que transporta al Presidente, Bill Greer, reduce la velocidad en cuanto nota que ha empezado el tiroteo.
Greer, ha recibido la misma orden de reducir la velocidad que también ha recibido el conductor del segundo vehículo, el de la escolta. La caravana viaja tan solo a 10 km/h, una velocidad que necesariamente requiere la presencia de todos los guardaespaldas físicos alrededor del Presidente. Pero no hay nadie; todos han abandonado al Presidente. Emory Roberts dice a sus hombres “que se agachen”…
En cuanto empieza la refriega espantosa, todos los agentes de protección, como Kenny O’Donnell o Dave Powers, permanecen sentados en su coche. Solamente un agente, Clint Hill, desobedece las instrucciones del jefe del servicio de protección y es el único que acude heroicamente hacia la Limusina del Presidente, aunque ya es demasiado tarde y el Presidente ya está prácticamente muerto.
En la trasera de la Limusina, Hill se encuentra de frente con una aterrada Jacqueline que intenta escapar del horror acontecido.
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