e a fines de los 90, cuando el mundo se preparaba para festejar el nuevo siglo, que me puse por primera vez al volante de un automóvil eléctrico. En un gélido enero pude manejar el EV 1 por las nevadas calles de Detroit. Con una estética casi copiada de una serie futurista de los ?60, aquel modelo de General Motors nos sorprendió por su silencio de marcha. No era lindo, no era eficiente, pero, a fin de cuentas, estábamos acelerando hacia el futuro.
El auto, polémico por muchos motivos, fue producido en serie entre 1996 y 1999; en ese período apenas más de 1100 unidades salieron de la línea de montaje. Se comercializó únicamente bajo la forma de leasing y en muy pocos estados. Pero lo más curioso es que pocos años después, la mayoría de los EV 1 fueron quitados de la manos de los arrendatarios y destruidos. Ese abrupto final generó rumores sobre las presiones de la industria del petróleo para hundir el proyecto (GM lo declaró inviable) y hasta dio lugar al documental ¿Quién mató al auto eléctrico? Sin importar quién fue el autor intelectual del crimen, logró matar al EV 1, pero no a la idea.
Pasaron algunos años y hoy los autos eléctricos son una realidad. Muchas marcas continuaron con las investigaciones pero fueron, cuándo no, los japoneses los que lanzaron a distintos mercados del mundo el primer modelo totalmente eléctrico producido en serie: el Nissan Leaf. Pude manejar el Leaf tanto en su modelo de calle como en su versión Leaf Nismo RC, que es de competición.
Las principales diferencias que notará quien nunca manejó un eléctrico es el silencio de funcionamiento, la ausencia de cambios y nada de vibraciones de motor. Otra característica es su muy alta aceleración, lo que noté mucho más en el eléctrico de carrera. Es cierto que en lo personal disfruto del ronquido de un auto deportivo, pero al mismo tiempo me seduce esa aceleración que se escucha como el silbido del Batimóvil y que no contamina. De hecho, me encantaría tener un auto eléctrico para moverme en Buenos Aires. Además, por un momento, recuperé las sensaciones del Autosprint del Italpark, aquella pista de carreras de dos pisos con forma de ocho y autitos eléctricos en la que siempre quería dar una vuelta más
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